2 de marzo de 2012

Las maneras de decir La Locura


El origen de la palabra loco” tiene como comienzo probable la voz portuguesa louco, que a su vez, derivada de laucu, lauqua, que parece arribar a un origen árabe con el adjetivo láwqua que significa tonto/a.  De allí surge la derivación latina locura que agrega al prefijo loco la terminación ura (acción de... o hecho de ser o estar...) proveniente del indoeuropeo –úrá
A su vez, láwqua procede de álwaq (tonto, loco), a su vez de lwq que significa “ablandar”. Vale decir que loco hace referencia a tonto, ablandamiento. Un “tonto”, dice el Diccionario de la Real Academia Española, es un mentecato, alguien falto o escaso de entendimiento o razón, necio, incapaz; dice que hacerse el tonto o estar a tontas y a locas, es actuar desbaratadamente sin orden ni concierto y ponerse tonto es mostrar petulancia, vanidad o terquedad.

Se puede advertir que el vocablo árabe “álwaq(tonto) equivale al fou del francés que resultará en fol/folle (loco/a) para dar la expresión folie (locura), que toma la forma
verrückt (loco) y verrücktheist (locura) en alemán (verrückt machen es hacer perder la cabeza a alguien). Algo notable, al pasar, es el nombre propio, el patronímico de quien escribiera Histoire de la Folie á l’age classique, me refiero a Foucault, tal que su primer sílaba es justamente Fou-(cault). Mera ironía del destino, casualidad, o causalidad en tanto determinación del Nombre del Padre (diría Vorltaire que “las casualidades son las causalidades que desconocemos”)[1]. Pero esta germanía posee aún otra raíz para designar la locura con sentidos adyacentes: la palabra wahn (ilusión) se combina con sinn (sentido, conciencia, comprensión) en wahnsinn que pasa a significar locura, como irrsinn designa loco, absurdo o demencial. La forma en italiano conserva en parte la raíz común latina que lo emparenta al francés, dado que loco puede decirse pazzo o folle y locura como pazzía o follia
El latín usa diferentes formas que difieren en su connotación, puesto que el adverbio more (tontamente, estúpidamente) procedente de móra/re (retardo, demora, retención) toma la forma moria/o con sentido de necio o fatuo. Pero también puede adquirir el modo stultítíá que significa tontería, insensatez o necedad. 
La stultítíá implica una manera de ser, un rasgo o cualidad estable, permanente que hay que diferenciar de stupefacio (aturdir, dejar atónito, pasmar, asombrar, atontarse, estupefacción) que junto con stúpídus (estúpido, aturdido) sitúan estados transitorios o reacciones a algún suceso.  Se puede decir, que la stultítíá fija lo crónico mientras que la stupefacio lo agudo, reproduciendo el criterio clásico de agrupación de las enfermedades mentales en la psiquiatría moderna.

Los términos manía y melancolía siguen designando casi con gran fidelidad desde los griegos clásicos a la actualidad casi al mismo grupo de signos clínicos y son entonces, las locuciones más constantes del devenir histórico hacia la psiquiatría. Continuando con la conexiones etimológicas, se repara que manía proviene del griego y significa “locura”, originado de la raíz indoeuropea men (pensar) y de la cual, a través de mn, surge mn-ti- (mente, pensamiento) y la palabra latina mens y su acusativo mentem (mente). De aquí surgen toda una curiosa familia de expresiones asociadas como amnesia (palabra latina que deriva del gr. a-mnésía= olvido), amnistía, amonestar, automatismo, comentar, demente, demostrar, manicomio, mención, mentira, mancia[2], mostrar, monumento, monstruo y maña. Lo curioso de este linaje de vocablos es su relación con la percepción social de las enfermedades mentales y la locura. Si amnistía y amnesia se refieren a olvido, no se puede desconocer que el olvido pretendido tiene relación con el encierro en manicomios, con la exclusión social; por otro lado los locos son ejemplificadores expiatorios de lo indeseable y las consecuencias de serlo, por ello también se los muestra y menciona. En este sentido, del vocablo indoeuropeo mn antes mencionado surgen las voces mon-eyo- (hacer pensar) y las formas latinas monere (advertir, avisar, recordar) y monstrum o monstruo que significaban para los romanos el equivalente a “mal agüero” o “presagio nefasto” por advertencias de los dioses.

Si consideramos que hoy “loco” es el equivalente vulgar para designar las psicosis en el campo de la clínica psiquiátrica y psicoanalítica, digámoslo, ello no agota el campo de significados sociales de tal expresión. Considérese la definición del Diccionario de la Real Academia Española que dice:

loco, ca.:
1. adj.:     Que ha perdido la razón. Ú. t. c. s.
2. De poco juicio, disparatado e imprudente. Ú. t. c. s.
3. V. aguja, avena, higuera, malva, manzanilla, piedra, pimienta, polea loca.
4. V. algarrobo, pájaro, pimiento, tordo loco.
5. V. casa de locos.
6. fig. Que excede en mucho a lo ordinario o presumible. Se usa siempre en sentido positivo. Cosecha LOCA; suerte LOCA.
7. fig. Hablando de las ramas de los árboles, vicioso, pujante.
8. fig. V. vena de loco.
9. And. V. arvejona loca.
10. Fís. Dícese de la brújula cuando por causas accidentales pierde la propiedad de señalar el norte magnético, y de las poleas u otras partes de las máquinas que en ocasiones giran libre o inútilmente.
11. Med. V. viruelas locas.
de atar.
1. fig. y fam. Persona que en sus acciones procede como loca.
perenne.
1. Persona que en ningún tiempo está en su juicio.
2. fig. y fam. Persona que siempre está de chanza.
a locas.
1. loc. adv. a tontas y a locas.
a lo loco.
1. loc. adv. fig. y fam. Con inconsciencia o sin reflexión.
cada loco con su tema.
1. expr. fig. y fam. para comentar la excesiva insistencia de alguien sobre una cosa.
estar loco de contento.
1. fr. fig. y fam. Estar excesivamente alegre.
volver loco a alguien.
1. fr. fig. y fam. Aturdirlo por insistir demasiado en algo.
2. fig. y fam. Gustarle algo muchísimo.
3. fig. y fam. Producir en él una gran pasión amorosa.
volverse loco de contento.
1.        fr. fig. y fam. Entrarle a uno una alegría enorme.

Puede observarse que gran parte de las definiciones concuerdan bastante bien con la noción psiquiátrica, empero la sexta enunciación ya introduce una diferencia, pues denota un significado positivo y no deficitario de la expresión locura (“que excede en mucho a lo ordinario o presumible”). 
Todos estos asertos basculan entonces entorno a adjetivar a estos sujetos como: de poco juicio, sin juicio, sin conciencia, sin reflexión, disparatados, imprudentes, viciosos, enérgicos, tontos, jocosos, eufóricos, tercos, rígidos, perseverantes, vehementes, fanáticos, etc.  
En definitiva, lo loco es concebido como la carencia de razón o de juicio[3] (por ser éste insuficiente, por estar desviado, estar suspendido o haberse debilitado; ahora, obsérvese que en los últimos tres casos el juicio se consumó pero se pierde, mientras en el primer caso no se desarrolló adecuadamente). El Juicio es la actividad psíquica capital inherente a lo humano, es la función por la cual el pensamiento “puede llegar a una conclusión extraída de la relación de la ideas o conocimientos” (J. C. Betta). El pensamiento tiene además de un contenido (ideas/conocimientos) una finalidad que es alcanzada a través del juicio o serie de juicios y razonamientos, donde el contenido, la finalidad y el curso (guiado por una idea directriz) del pensar presuponen una intención que le otorga al pensamiento la cualidad de coherencia.
Resultan muy sugerentes, las dos asociaciones físicas o mecánicas, con cierto valor metafórico, que el diccionario vierte al representar la locura con “la brújula (cuando por causas accidentales)  pierde la propiedad de señalar el norte magnético” o “las poleas u otras partes de las máquinas que en ocasiones giran libre o inútilmente”. Esta idea de perder una propiedad o cualidad intrínseca a lo que se es y que promueve en consecuencia un movimiento errático, sin direccionalidad, sin propósito, inútilmente, es constante en el discurso acerca de la locura.
La concepción tanto de Locura como de Psicosis (luego veremos si son sinónimos o antónimos) siguen conservando aún hoy la marca de lo deficitario, tal vez, influenciados como estamos por el paradigma de la fisio-patología donde lo excepcional, la anormal (aquello que se desvía de cierta norma, patrón  o estándar, de menor ocurrencia o frecuencia estadística) es considerado defectuoso, inferior, insuficiente, malsano, empobrecido, etc. ¿Pero siempre lo anormal o infrecuente es deficitario?. No lo creo. Si tomásemos el ejemplo del CI (Coeficiente Intelectual, evaluado con la Escala de Inteligencia de Wechsler) veremos que el rango de coeficientes que superen el valor de 120 es infrecuente –anormal- pero en nada insuficiente. De hecho el intervalo comprendido entre 120-129 se clasifica como “superior” y excede en mucho el promedio de la población que posee valores entre 90-109. ¿Y qué sucede con tasas por debajo del promedio?. Pues si tomamos el rango 70-79 señalado como “limítrofe” o aún menor a 69, aquí si se cumple que lo infrecuente es deficitario para la/s cualidad/es mensurada/s. Un uso más neutral de connotaciones  negativas sugeriría, en tal caso, utilizar la palabra dispersión en vez de desvío, que guarda la misma precisión estadística y genera menos malversaciones.


[1] Paul-Michel Foucault nació en 1926, en Poitiers, Francia. Su padre, Paul Foucault, era un cirujano eminente y esperaba que su hijo siguiera sus pasos. Foucault eliminó 'Paul' de su nombre por motivos no muy claros. Su educación temprana fue una mezcla de éxitos y mediocridad hasta que ingresó en el colegio jesuita Saint-Stanislaus, en el que fue un alumno destacado. Durante este periodo, Poitiers era parte de la Francia y después sería ocupada por Alemania. Después de la guerra, Foucault logró entrar a la prestigiosa École Normale Supérieure de París, la principal entrada a una carrera académica en Francia. La vida personal de Foucault en la École Normale Supérieure fue difícil —sufrió de agudas depresiones, e incluso intentó suicidarse. Fue llevado a un psiquiatra. Tal vez de aquí provenga su posterior fascinación con la psicología. Así que, además de su licenciatura en filosofía, también obtuvo una en psicología, de reciente creación en Francia. Ahí se involucró en el brazo clínico de la disciplina y conoció a pensadores como Ludwig Binswanger.

[2] En la antigüedad algunos enfermos exaltados profesaban bajo estado de manía o furor las dotes de adivinos, videntes, hechiceros. 
[3] La Psiquiatría clásica distingue juicio Conservado de sus alteraciones: j. Desviado (Delirio), j. Insuficiente (Oligofrenias), j. Suspendido (Confusión mental) y j. Disminuido o debilitado (Demencias). De:  J. C. Betta:“Manual de Psiquiatría”, , CEA, Bs. As., 8° Edic., 1981.


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Para el psicoanálisis.. ¿existe Una locura, La Locura o hay pluralidades de la misma?.
 ¿Es sinónimo de psicosis o no? ¿Es simplemente el correlato lógico de una práctica discursiva? ¿Se trata de algo estructural o un fenómeno?...

Se pueden sintetizar las posiciones respecto de la locura en:
  • Locura = fenómeno sobrenatural
  • Locura = posesión demoníaca
  • Locura = enfermedad natural del cuerpo que repercute en el alma
  • Locura = enfermedad mental natural
  • Locura = enfermedad de la razón
  • Locura = Alienación[1] (enfermedad del cerebro)
  • Locura = Psicosis
  • Locura = Psicosis
  • Locura = Psicosis desencadenada (extraordinaria)
  • Locura en Psicosis – Neurosis - Perversión
  • Locura > Psicosis  (el fenómeno de la locura excede el campo de las psicosis)
  • Locura > Psiquiatría  (el fenóm. de la locura rebasa el campo de acción psiquiátrica) o que hay
  • Locura inherente al ser del Hombre 


  
Existen, varias posiciones ideológicas que atraviesan a los discursos psiquiátricos y psicoanalíticos que merecen ser revisadas para tomar dicha posición.

Tal vez los psicoanalistas –y no sólo éstos- tengamos algo que argumentar en relación a los interrogantes abiertos acerca de la locura, si logramos distanciamos lo necesario de la clínica –en su estricto sentido médico- y abrimos una escucha flotante y atenta, más desprejuiciada y serena.
Hasta Erasmo, la locura no hablaba en primera persona y con Foucault, se entiende que no hay verdaderamente un camino de comprensión de la locura como fenómeno en sí mismo, sino, como un producto histórico de discursos.  
H. Ey, a partir de 1961 –cuenta Roudinesco- se pasó varios años meditando acerca del libro de Foucault al que calificó de “psiquiatricida”. Lacan, que no fue foucaultiano, estaba mejor dispuesto que sus colegas contemporáneos para aceptar la tesis de la Historia de la locura; tesis que coincidía en gran medida con el movimiento de la anti-psiquiatría. Dice Roudinesco: “para estos rebeldes la locura no era una enfermedad sino una historia, la historia de un viaje[4]. En Los Anormales Foucault quiere demostrar un parentesco, una filiación entre los sodomitas, la homosexualidad, ocupando un lugar entre las estratificaciones de la locura, instaladas ambas – sodomía y locura- en la sinrazón de la edad moderna (el Antiguo Régimen poco asimila estas dos ideas). Será necesario trazar, las líneas para un trabajo de esclarecimiento de las relaciones entre el desarrollo económico-social y el nacimiento de la psiquiatría, como herramienta del orden social y la represión, tendientes a borrar las contradicciones inherentes a lo social mismo, a la cultura, a través de la marginación, la estigmatización y la exclusión institucional.
Habrá que plantear que, tal vez, no existe el no-loco.  Como sugiere el filósofo René Major: “si deduzco que existo a partir del hecho de que pienso (por incierto que sea el sujeto que así se enuncia) nada me asegura que no esté loco”. En la locura hay pensamiento y, más aún, el pensamiento no es pensable sin la posibilidad de su enloquecimiento. Freud no vacila en reconocer esto cuando escucha el delirio del presidente Schreber, ya que el delirio está hecho de razón tanto como sus construcciones psicoanalíticas... “el futuro tendrá que decidir si hay más delirio en mi teoría que el que estoy dispuesto a admitir, o si en el delirio de Schreber hay más verdad que la que uno cree” concedería Freud en 1911. Pero para la psiquiatría positivista, la sinrazón representa no sólo el otro genio maligno de Descartes que exilia al hombre de la verdad del mundo, sino también, aquello que encanta hasta el desencantamiento extremo esta verdad sobre él mismo, que añade un nuevo “inconsciente”, un imposible o la incertidumbre como principio. 
El lugar de Freud en la historia de la locura –acierta Jacques Derrida- no es solamente el del artífice de un dispositivo técnico o artefacto bisagra; tendrá la figura ambigua de un portero, introduce en una nueva época de la locura, la nuestra, y representa también, el mejor guardián de una época que se cierra con él.
El lenguaje de la psiquiatría constituye un monólogo de la razón sobre la locura como lo Otro radical de la razón, establecido sobre el silencio de la locura. Silencio que toma la palabra en el arte, la poesía, la prosa, como en la locura de Nietzsche, la locura de Van Gogh o la de Artaud. Además, y ello es de suma importancia, al pensar en estos insignes hombres de la historia –agreguemos a Hölderlin, Nerval, Rousseau, Joyce- advertimos que no se puede pensar la psicosis como un simple déficit o desorden. No toda psicosis es una esquizofrenia, verdad de perogrullo es cierto, pero pareciera que con demasiada frecuencia se las identificara, donde la esquizofrenia resultaría la forma ejemplar de la psicosis. Nada más erróneo. La clínica, la praxis, lo prueba, los pacientes se resisten –afortunadamente- a ser asimilados a las ficciones de la teoría. Felizmente, no leen los manuales de psicopatología o psiquiatría para enfermar, no presentan cuadros puros (“de libro”) que nos faciliten la diagnosis. Se tienen ahí dos estupendos libros presididos por J. A. Miller cuyos títulos son en sí mismos elocuentes: Las psicosis ordinarias y Los inclasificables en la clínica psicoanalítica, en donde se deshilvanan algunos mitos. 

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En su Seminario sobre las psicosis (clase 2 del 23 de noviembre de 1955) Lacan arriesga a decir que no hay término más paradójico que el de “locura” y cita a Pascal, luego de Erasmo, cuando éste formula que “hay sin duda una locura necesaria, y que sería una locura de otro estilo no tener la locura de todos”. Es que existe una locura ordinaria que a todos nos concierne. Son las formas extraordinarias las que impactan y convocan la intervención de los doctos. 
De la misma manera en que hay una locura ordinaria, hay unas psicosis ordinarias, más “modestas” como las psicosis compensadas, las psicosis suplementadas, las psicosis no desencadenadas, las psicosis sinthomatizadas e incluso, las psicosis en análisis o tratadas. Redundancia sería decir, que las psicosis extraordinarias podrían homologarse a las locuras no ordinarias o públicas. 
Lacan, luego de desacreditar la clásica definición de Kraepelin sobre la paranoia (la paranoia se distingue de las demás psicosis porque se caracteriza por el desarrollo insidioso de causas internas, y, según una evolución continua, de un sistema delirante, duradero e imposible de quebrantar, que se instala con conservación completa de la claridad y el orden en el pensamiento, la volición y la acción) poniendo en duda el carácter insidioso, las causas internas y la inquebrantabilidad, pasa a asegurar que la dificultad de los psiquiatras en abordar la paranoia pasa por el hecho de situarla en el plano de la comprensión y cómo se la interpreta. En la realidad de la alucinación el loco no cree –dice Lacan en la clase 6 del 11 de enero del ‘56- puesto que lo que está en juego no es tanto la realidad, “puede admitir que esos fenómenos son de orden distinto a la realidad; el problema que el loco (el paranoico, el psicótico) tiene una certeza: que lo que está en juego –desde la alucinación hasta la interpretación- le concierne”. 
El delirio constituye un testimonio para alguien, “no digamos que el loco es alguien que prescinde del reconocimiento del otro (u Otro)”, puesto que si Schreber escribe no es para ser ignorado, en tal caso Dios es su interlocutor imaginario. Se trata, Lacan lo dice claramente, de un esfuerzo para ser reconocido, aunque dé la impresión a simple vista de lo contrario. Es más, en su clase 8 del Seminario 13 redondea esta idea al expresar que nunca se está del todo loco y que ello mismo es la razón para apostar a la transferencia.
En la clase 3 del Seminario 21 (Les Non-Dupes Errent o Les Noms du Pére) del 4 de diciembre de 1973, llegando al final de la exposición Lacan aforiza que locura y libertad se anudan, tal que la una no se concibe sin la otra; ello no significa que la libertad es la locura, lo que dice, es que, en el triple anudamiento borromeo de registros RSI si algo falla uno puede volverse loco (estamos en la clínica de los nudos y no de las estructuras). Pero aquí, claramente, loco equivale a psicótico. En el Seminario RSI, ya no dice que la psicosis resulta sencillamente del desanudamiento, de la pérdida del carácter borromeico (producto de un mal cruce entre los registros), sino que presenta al nudo de trébol con una continuidad entre los tres registros; en Le Sinthome (16-12-75) dice: “lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real son una sola y misma consistencia y en eso consiste la psicosis paranoica”. Antes, los registros (anillos) se soltaban, ahora se abren en un círculo y lo que vendría a impedir tal efecto, es una reparación con otro redondel denominado sinthome. Podrían entenderse las paranoias, las parafrenias y las esquizofrenias como errores diferenciales en sus cruces y sus particulares modos de suplencias.
Lacan parece a veces vacilar en su consideración de la locura, unas veces (la mayor de la veces) homologa locura a la paranoia y por extensión a psicosis, lo vemos con Aimeé[1] y con Schreber a quien llamaba “el loco de Schreber”; otras veces, parece ir más allá.



[1] El “caso Aimée”, seudónimo elegido por Lacan para Marguerite Pantaine de Anzieu (1892-1981) pertenece al trabajo doctoral de 1932 De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, que ocupa, tal vez, un lugar homólogo al de Anna O. para Freud. En el año de 1921 durante el embarazo de su hijo Didier (Anzieu) comenzó con un estado de manías de persecución (como su madre) y depresión. Mantuvo, luego del alumbramiento,  una diplopía entre lo cotidiano de su trabajo y la temática de su delirio. En 1930 redactó dos novelas que pretendió publicar y pronto se convenció que era objeto de una persecución por parte de Huguette Duflos, una célebre actriz de los escenarios parisinos de entonces. Un año más tarde intentó apuñalarla fallando en el intento y siendo internada así en el Hospital Sainte-Anne. Confiada a Lacan como paciente, la diagnosticó como una erotomanía y una paranoia de autocastigo. Didier luego de graduarse en filosofía se convirtió en analista tomando su análisis didáctico con el mismo Lacan, donde ninguno de ambos se enteraron de quien era cada uno. El “caso” ya era por entonces famoso y por casualidad o causalidad (Voltaire decía: “las casualidades son las causalidades que desconocemos”) Didier se enteró por su madre luego de solicitar ésta, ser admitida como ama de llaves en la casa del padre de Lacan.


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¿La locura es la rebelión contra la razón o la rebelión en el seno de la razón, con ella y contra ella? ¿Acceso de locura como acceso de razón o como exceso de razón?
La locura fascina pues tenemos la creencia que reside en ella un saber enigmático, una verdad cifrada, sin advertir que la locura ha sido y es objeto de sucesivas construcciones y miradas, montajes y reconstrucciones a la luz de cada mirada que se le dirige. Tal vez aún, la escuchamos con los párpados cerrados. 
Sea que se trate de la locura o de la sexualidad –los dos textos consustanciados con el contexto del psicoanálisis- siempre está en juego la relación de una u otra con la verdad.  El loco devela la verdad elemental del hombre, sus deseos primitivos, hace aparecer una profundidad. 
O hay razón en la locura o la no-razón de la locura es la causa de su retorno y tratamiento; tratamiento, curación, que está entonces, para el loco en la razón del otro. Pero no, allí naufraga la psiquiatría, no se trata de convencer al loco del error de su delirio o su contradicción con la realidad (digamos bien, una realidad consensuada y nunca objetiva, lo objetivo no es patrimonio de lo humano). Por el contrario, lo que interesa es destacar el reconocimiento de su núcleo de verdad, una verdad subjetiva e incluso histórica forcluídas.  
Dijo alguna vez Ronald D. Laing (1927-89)[5]el usual diagnóstico de locura sea tal vez, más bien un acto político que un dictamen psiquiátrico”.



Para concluir, las palabras del Dr. José Fernández Tuñón:

El tema Locuras-Psicosis en el campo psicoanalítico ha sido abordado en los últimos años por diferentes autores tratando de conceptualizar sus diferencias. Esta intención implica, por un lado, interrogar conceptos esenciales para la teoría (forclusión, pluralidad de los nombres del padre, alucinación, delirio, etc.) en el campo de la transferencia; y por otro, renunciar al facilismo de suponer que la oposición fenómeno-estructura alcanza para diferenciarnos claramente de la psiquiatría.
El marco del Hospital ofrece un modo de pensar la clínica (el psiquiátrico) sobre el cual debemos producir las operaciones necesarias para reconocer en esta oferta los elementos adecuados para construir una clínica diferente (la psicoanalítica). No es suficiente declarar que ubicamos el lenguaje y no la organicidad en el lugar de la causa para marcar diferencias; es necesario realizar un trabajo sobre el decir de los pacientes para legitimar una posición distinta”.




[1] Alienación: (lat.: alienationis) término para referir a todos los trastornos mentales en tanto que el padeciente se ha hecho extraño –alienus- a sí mismo.

[2] Mario Bunge describe distintos posicionamientos teóricos en la relación mente-cerebro:
Monismos:  Idealismo (todo es mental: Berkeley, Fichte, Hegel, Fechner, James, Whitehead), Monismo neutral (lo mental y lo físico son manifestaciones de una misma sust. neutra desconocida: Spinoza, James, Russell, Carnap), Materialismo eliminativo (no existe lo mental: Watson, Skiner, Turing), Materialismo reductivo (la mente es un conjunto de estados físicos: Epicuro, Hobbes, Armstrong), Materialismo emergentista (la mente es un conj. de bioactividades emergentes: Diderot, Darwin, Cajal).
Dualismos: Autonomismo (mente y cerebro son autónomos: Wittgenstein), Paralelismo (sincronía entre mente y cerebro: Leibniz, Lotze, Jackson, Freud), Epifenomenalismo (el cerebro secreta la mente: Huxley, Vogt), Animismo (la mente dirige el cerebro: S. Agustín, T. Aquino, Popper), Interaccionismo (el cerebro es la base de la mente, aunque está controlado por ella: Descartes, Popper).

[3] Diagnóstico: del gr. diagnóstikós = que sirve para distinguir, de diagnóstós (ser diferenciado), de diagignóskein = distinguir, diferenciar, de dia (separar) + gignóskein = conocer, percibir, creer, juzgar, del indoeuropeo gi-gnó-sko- (conocer, juzgar).
[4] Pensar la locura. Ensayos sobre M. Foucault, Bs. As., Paidós, 1999.

[5] Psiquiatra, fuertemente influido por pensadores de la escuela fenomenológica europea como Binswanger, Minkowski, Boss, así como por otros filósofos y artistas: Sartre, Beckett, Tillich, Heidegger y Hegel. A comienzos de 1962 a raíz de su encuentro con Gregory Bateson iniciará una fructífera relación de colaboración. Ese año y hasta 1965 será director de la Clínica Langham de Londres. Es precisamente entonces cuando abre la Clínica Kingsley Hall, donde dirigió una experiencia revolucionaria en su época de tratamiento de pacientes psicóticos sin medicamentos inhibitorios e incluyendo la observación de la relación paciente-terapeuta en el análisis del proceso.

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